Navidad lejos de casa

A propósito de mi primera Navidad lejos de casa

Navidad lejos de casa. 

Navidad está a la vuelta de la esquina y más atrás le sigue Año Nuevo. Estos días llenos de celebraciones son para dedicarlos a nuestras familias, amigos y seres queridos; así como para mimarnos y consentirnos a nosotras mismas. Los regalos, la comida en abundancia y las fiestas son cosas típicas de estos momentos. Sin embargo, cuando estás lejos de casa, la situación cambia un poco. Estas fechas, bastante nostálgicas de por sí –o al menos para mí- se vuelven un poco más tristes de lo normal, o así parece, en especial cuando tienes a tu familia regada por el mundo.

Ha sido un año de locos para mí. Empezó viendo un concierto de Willie Colón, y ahora estoy en México en medio de posadas –fiestas de Navidad-, piñatas y ponche. Con el nacimiento de mis sobrinas Verónica y Constanza, la mitad de mi familia en otro hemisferio, y yo más adicta a Facetime y a la llamada de Whastapp que nunca, quise conseguir a 6 mujeres jóvenes venezolanas que decidieron emigrar como yo, a ver si era solo cosa mía o sí en efecto, Navidad cambió para ellas. Aquí junto sus relatos –con los que lloré un poquito, lo admito-.

Claudia, 22 años, vive en Cartago, Costa Rica:

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A los 14 años, Claudia dejó su natal Caracas para mudarse a Costa Rica, un lugar donde las vacas perseguían a los perros dentro de su conjunto residencial. Cuando se fue de Venezuela junto a su mamá en 2009, la situación no era tan radical como luce hoy en día.

¨En Julio de 2009 vine con la excusa de viajar, tomé un campamento y luego nos regresamos a Caracas. Para septiembre de ese año mi mamá ya tenia escogida una casa y un colegio. El 4 de diciembre metí todo lo que cupo en una maleta, ropa, zapatos y cartas, muchísimas cartas que todavía tengo y que de vez en cuando leo.

Las primeras semanas fueron bastante difíciles y mi primera Navidad sin pan de jamón –comida típica venezolana- lo fue aún más. Si mal no recuerdo, creo que la pasé encerrada en mi cuarto comiendo Mac’n Cheese jaja y lo mismo aplicó para Año Nuevo. Creo que mudarse de país en diciembre no sería mi primera opción si tuviera que hacerlo de nuevo.

He conocido gente maravillosa y me he logrado adaptar, sin cambiar realmente quien soy. En Costa Rica no vivo en la capital, vivo en una ciudad llamada Cartago, algo así como un pueblo grande.

A los 17 años tomé la misma decisión que tomaría cualquier venezolana expatriada que siempre tiene algo que decir: empecé a estudiar Comunicación, con énfasis en Periodismo. Dos años y medio después besé el piso el día que salí corriendo de esa facultad a estudiar otra cosa jaja. Ahora estudio nutrición, la mejor decisión que he tomado en mi vida (una que sí tome yo). Ahora paso mis días estudiando, trabajo como traductora médica por videollamadas para hospitales de Estados Unidos y de ser gimnasta pasé a ser bailarina, otra de las cosas más hermosas que me ha dejado este país.

Por otro lado las Navidades aquí siempre son agridulces. Mi papá vive la mayor parte del tiempo en Venezuela y mi hermano vive en Buenos Aires, pero siempre nos las arreglamos para hacer algo especial. El pan de jamón volvió a nuestra mesa hace unos 4 años cuando mi mamá conoció a un venezolano que vende unos casi tan buenos como la panadería de La Castellana, los que eran de hojaldre. Aquí la tradición es hacer tamales, son como una hallaca, más pequeños, eso sí, pero en mi casa nunca hemos comprado uno. Escuchamos gaitas y villancicos venezolanos, todavía nos atragantamos con 12 uvas cada año nuevo pero ya no prendemos luces de bengala. Es lo más cercano que tengo a estar en Venezuela¨.

Stephany, 22 años, vive en Madrid, España:

Stephany se fue a los 19 años de su casa con rumbo a Madrid. Ya han pasado casi tres años desde ese momento, los esfuerzos han dado grandes frutos y le han dejado grandes enseñanzas. Ahora se prepara para casarse y empezar a estudiar lo que siempre ha querido: veterinaria.

¨Fue en el año 2014 con solo 19 años que decidí que irme, aunque no sería lo más fácil sería lo mejor para mi futuro, tenía año y medio en la universidad estudiando veterinaria, la carrera de mis sueños y por la que tanto había luchado para entrar, pero eso no me detuvo al momento de querer emprender un nuevo camino de vida.

En ese mismo año conocí a mi actual pareja, Michael, estudiábamos juntos, y cuando tomamos la decisión de partir de Venezuela evaluamos muchos panoramas, pensamos en varios países de Latinoamérica, y al final decidimos España, específicamente Madrid.

Jamás he sido una chica que tenga mucho dinero, siempre tuvimos nuestros lujos como cualquier familia promedio de Venezuela, pero eso no me detuvo para ahorrar hasta el último Bolívar para cumplir mi meta de llegar a Madrid. Así fue como llegué en enero de 2015. Nuestra situación económica no era de ensueño, tuvimos que colocar las cosas en una balanza y pensar que nos era más factible, si trabajar o estudiar. Así fue como decidimos que lo mejor era trabajar para después de tener ahorrado algo de dinero poder empezar nuestros estudios de nuevo.

Trabajamos muy duro durante 8 meses, en cosas que ninguno de los dos sabíamos hacer. Michael empezó a trabajar primero que yo, estuvo en varios empleos dispersos y luego comenzó de camarero para un restaurante, trabajando más de 60 horas a la semana. Yo conseguí a los dos meses de estar aquí y fue en una cocina de un restaurante como ayudante, no tenía ni idea de cómo lo lograría pero con disposición todo se logra. Tenía turnos de 80 horas a la semana, y si, llegaba muchas noches a mi casa llorando, pero poco a poco fuimos viendo los frutos del esfuerzo y de ahorrar como lo estábamos haciendo. Pronto pudimos empezar en un curso de técnico veterinario -que duró 10 meses-, no entramos en la carrera porque suponía mucho tiempo para nosotros y dinero que no teníamos. Para finales de ese año, fue nuestra primera navidad fuera de casa. Nos tocó solos en un piso compartido, nosotros somos muy familiares y esas fechas fueron especialmente difíciles.

El año 2016 fue mucho mejor, por pocos días logramos volver a Venezuela a ver a nuestras familias y a lo que nosotros llamamos “recargarnos las baterías”. Cambié de trabajo varias veces -siempre trabajando en cocinas- hasta que a mitad de año llegué a Paperboy Hot Dogs, donde estoy ahora mismo. Después de ahorrar y sacrificar mucho, Michael y yo nos volvimos socios de ese local y además, cambiamos el restaurante a uno más grande que justo está de aniversario en estos días. También nos trajimos en esa misma época a mi madre, al hermano menor de mi Mike, y a nuestro perrito a vivir bajo nuestra responsabilidad económica.

Actualmente, mi novio se fue del trabajo de camarero y empezó a trabajar con una moto que nos logramos comprar. Será nuestra segunda navidad con nuestra familia, haremos algo que algunas familias españolas acostumbran, y nos iremos a una casa rural a pasar esos días

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No es fácil, emigrar es difícil y requiere de coraje y a veces de hacernos los sordos a comentarios negativos, y más cuando emigras tan joven, pero no podemos frenar nuestros sueños y metas por comentarios de terceros. Este año que viene seguro será muchísimo mejor que los anteriores, porque seguiremos emprendiendo y además, Mike me propuso matrimonio. Ahora estamos prometidos y tenemos ahora una nueva meta para este año que viene: empezar la carrera que tanto queremos estudiar. Así que a seguir, que aunque somos muy jóvenes nos queremos comer el mundo¨.

Elisa, 20 años, vive en Japón:

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La pasión de Elisa por la cultura japonesa la llevó a atreverse a mudarse a 14.613 km. Ahora vive en Kyoto, una de las ciudades más tradicionales de Japón y su vida dio un giro inspirador.

¨Tenía 18 cuando me gradué del colegio y contemplaba la idea de estudiar fuera del país. Me era crucial escoger una buena carrera y Universidad, especialmente bajo la lupa de la sociedad caraqueña actual, cuyas exceptivas sobre mi eran que me convirtiese en una comunicadora social o psicóloga que asistiera a una Universidad privada en Caracas. Mis intereses tales como el yoga, la lectura, el medio ambiente, la filosofía y el idioma japonés no eran más que hobbies que no me llevarían a ser alguien o lograr algo en la ciudad. Aún así, la opción de estudiar a fuera, nunca había sido más que una ilusión, debido a que mis salidas del país no eran más que viajes de turismo junto a mi familia.

Por otro lado, a pesar de considerarme independiente, siempre había vivido con mis padres, gozando siempre de lujos y comodidades, y sin ningún tipo de experiencia viviendo o viajando sola ni dentro ni fuera del país. Es por ello, que en Agosto del 2015, cuando le anuncié a mi consejera que había escogido Japón como destino para mis estudios en el extranjero, esta se opuso al principio.

Este interés por Japón nació gracias a películas y series animadas que transmitían algunos canales televisivos en Venezuela hace un tiempo. Más adelante, mi amor por la lectura me llevó a encontrar interesantes historias de novelistas Japoneses cuya influencia fue importante para mí a la hora de tomar esta decisión. Finalmente, y el punto decisivo fue cuando comencé a estudiar el idioma a raíz de que mi mamá me consiguió unas clases del lenguaje y la cultura cerca de la casa. Como ella, mi familia, a mis amigos y conocidos dudaban de que mi decisión fuera la correcta.

Luego de mucho esfuerzo y apoyo, fui aceptada en la Universidad de Ritsumeikan en Kyoto, Japón. Luego de ser aceptada, mi camino a Kyoto no se hizo más fácil. Ahora los retos no se trataban de meras diligencias, o lecciones extra, sino de los emocionales. Al principio fue duro adaptarse, y me tomó todo un año de altos y bajos ser capaz de retomar las riendas de mi vida, disfrutar de mis nuevas amistades y experiencias y sobretodo sacar por completo el provecho de estas. En este camino de descubrimiento y práctica de inteligencia emocional, algo que me ayudó fue el dejar de comparar, y poco a poco ir aceptando que poder decir adiós es crecer.

Ya pasaron casi dos años desde que llegué y puedo decir que estoy orgullosa y feliz de la decisión que tomé. Todos los días me despierto lista para asumir las nuevas aventuras y los nuevos retos que me trae esta magnifica ciudad, la cual a pesar de conocer mejor que antes tras haberme adaptado, aún sigue enseñándome mucho. La idea que muchos tienen de Japón respecto a los modales, la limpieza, la hospitalidad y las expresiones culturales tradicionales se encuentran más que todo aquí, más que en las grandes ciudades como Tokyo u Osaka. Las diferencias entre Japón y el occidente están claramente marcadas; desde la comida típica y la música hasta los hábitos y costumbres, y muchos de estos no se encuentran representados en el mainstream media. Más allá de eso, Japón me ha permitido conocer la cultura de muchos de sus países vecinos, pues muchas de las personas que residen aquí son extranjeros provenientes de otros países de Asia.

En este camino de aprendizaje y de conocimiento de nuevas culturas lejos de haberme alejado de mis raíces, me funcionó de catalizador para recolectarme con mi propia cultura.

Una Navidad en Japón, se caracteriza por ser una época normal, ni día festivo ni de pasarlo en familia. Acá Navidad se celebra -en caso de celebrarse- en pareja, y aquellas personas que no cuentan con ninguna pareja, antes de celebrarlo con amigos, prefieren aprovechar el día para trabajar y ganar un poco de dinero extra. Al no haber reuniones en familia ni mayor celebración, las tiendas cierran en horario normal, y la actividad nocturna termina temprano. ¿Un poco diferente no?, puede llegar a ser letal y depresivo a quien no esté acostumbrado o no cuente con amigos para pasar la navidad.

Distinto a las navidades japonesas, para mi la Navidad es una época de fiesta que celebro tanto con mi familia como con mis amigos cercanos y mi pareja. Es por eso que en caso de no poder ir a visitar a mi familia, pasarla lejos de casa significa traerla a donde estoy, es decir, viajar junto con mi familia, celebrar con mis amigos y seres queridos y escribirle a todas las personas aprecio

Guadalupe, 21 años, vive en Buenos Aires, Argentina:

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Guadalupe vive y trabaja en una de las ciudades más vibrantes de Latinoamérica. En Buenos Aires, trabaja con una marca de indumentaria muy popular, y disfruta actualmente del verano porteño.

¨Hola! Mi nombre es Guadalupe López, tengo 21 años, soy diseñadora gráfica y actualmente vivo en Buenos Aires-Argentina. Vine a Buenos Aires hace un año inicialmente para hacer unos cursos de moda en vacaciones en los que me había inscrito y después de dos semanas, tomando en cuenta la situación de Venezuela, tomé la decisión de quedarme. Me sentía estancada ahí, quería avanzar y crecer, y esa fue una de las razones para quedarme. Sabía que iba a ser difícil, y de hecho fue una decisión bastante radical, pero no imaginaba vivir unos meses de libertad, en un ambiente y país completamente distinto y regresarme con la incertidumbre de no saber cuándo podría volver a salir del país.

Cuando lo decidimos con mí familia una de las excusas para hacerlo fue inscribirme en la universidad (Universidad de Buenos Aires) para Diseño de Indumentaria, algo que siempre he querido hacer y lo que siento que es mí verdadera  vocación. Mí hermana, que vive acá desde hace varios años fue clave en está decisión porque me ayudó muchísimo los primeros meses, además de apoyarme en todo. Fue muy emocionante tomar la decisión, si bien venía de vacaciones, una parte de mí sentía que era real la posibilidad de quedarme, por muy extremo y poco planificado que fuese. Fue muy bueno sentir esa adrenalina. Me vine con poquitísimas cosas (mi ropa de «invierno» solo para dos meses nada más), no hubo despedidas, solo unos mensajitos por WhatsApp diciéndole a mis amigos que me quedaba definitivamente. Todo fue muy emocionante y rápido al mismo tiempo, por eso creo que amortiguó un poco toda la situación.

A medida que pasaron los meses (cuando caí en cuenta de toda la situación jaja) sí se me hizo un poco más duro, especialmente el proceso de identificarse y encontrarse en un lugar que se supone que será tu nuevo hogar y empezar de cero. Extrañaba y aún extraño mucho a mí familia, a mis amigos, y a cosas que dejé y que quería muchísimo.

A veces siento que cada vez es más difícil el cambio, pero realmente cuando pienso en todo, sigo creyendo que ha sido una de las mejores decisiones que he tomado. Era mí oportunidad en ese momento y la tomé, y desde que lo hice he aprendido y crecido mucho. Uno pierde cosas pero en el camino gana otras que son muy valiosas. Viendo el panorama general, sé que soy muy afortunada de estar aquí y vivir todo lo que estoy viviendo!

Las fiestas acá son bastante diferentes a como las había vivido antes. Son un poco absurdas jaja (en el buen sentido). Hace MUCHÍSIMO calor, porque justo estamos en verano, y comes cosas que asocias con el invierno a 35 grados a la sombra. Ves guirnaldas escarchadas y decoración navideña brillando en los balcones bajo un solazo que te mueres. En general aquí se sale y se festeja mucho, entonces, además de ser familiares, siempre sale un plan con amigos o alguna fiesta. Me encanta que el plan navideño puede ser desde comer con tus amigos hasta pasar todo el día en la pileta, hace que sea muy distinto. Estas navidades pienso que serán bastante tranquilas y tradicionales. Creo que al estar lejos sientes también una necesidad de rescatar muchas cosas que te hagan sentir en casa. Así que posiblemente hagamos hallacas –plato venezolano- y comeremos mucho, que es algo que amamos hacer¨.

Daly, 26 años, vive en Doha, Qatar:

Sigo a Daly en Instagram desde hace años pues sus fotos son… espectaculares. Ha viajado por muchísimos países, y vive en Qatar, un lugar muy moderno pero al mismo tiempo arraigado a lo tradicional, en donde no se celebra Navidad por ser una celebración católica. Hoy en día, 4 años después de su decisión, sigue en Doha y aprovecha de descubrir muchos lugares en el mundo.

https://www.instagram.com/p/BUaEF2ulknt/?taken-by=atlas_girl

¨Recién me había graduado, no había pasado un mes cuando una amiga de Hungría me comenta que una aerolínea de Medio Oriente en la que ella siempre había soñado trabajar iba a reclutar en Venezuela mujeres jóvenes para trabajar de sobrecargo. No me llamó la atención, yo ya tenía mis planes, pensaba hacer un máster afuera y luego pues ya vería. Así como somos los venezolanos como venga, vemos. Le comenté de esta oportunidad a mi mamá y me reveló que ese era su sueño frustrado, siempre había sido el ser aeromoza. Sin ella no hubiera podido haber tomado la decisión de estar aquí en el Golfo Pérsico.

He viajado a casi todo los rincones del mundo, y pisado sitios que había solo leído en las enciclopedias de la biblioteca de mi abuela. Sin duda alguna, una experiencia que marcó mi vida. Un antes y un después. Ahora sigo viajando y trabajo como diseñadora gráfica freelancer. Como le dicen por ahí, soy una nómada digital.

Qatar fue mi baño de agua fría, mi primer shock cultural. Una tierra de oportunidades pero una tierra desconocida. Estar lejos del nido es fuerte, pero sumamente enriquecedor, nuevas experiencias, nuevos desafíos, a clean slate.

Se acerca la Navidad y acá no se celebra en ningún lado, hay una festividad similar llamada EID, pero en otra época del año. En general no existen ningún tipo de decoración ni celebraciones. Esta sera mi cuarta Navidad sola, ya que siempre me toca trabajar. La Noche Buena para mí es estar en pijamas viendo una película clásica navideña y esperar una llamada de la familia. Quien conozca la cultura Venezolana, entendería que esto es una tragedia griega, pero como todo en la vida, adaptarse es vital, muchas veces desearíamos que ciertas situaciones fueran diferentes pero en realidad somos más afortunados que muchos. No importa donde me encuentre. Saber que todas las personas que quiero están bien, es para mí, mi Feliz Navidad¨.

Michelle, 23 años, vive en Nueva York:

Michelle tiene la vida que muchos soñamos. Vive en Nueva York y estudia Diseño de Moda. Al principio no fue fácil, pero cuatro años después, sobrevivió la experiencia y disfruta cada día.

¨Tuve una revelación cuando tenía quince años, recostada en mi cama, pensando a cual profesión dedicarme. Debatía entre Arquitectura o Diseño de Moda, al final elegí la que significaría un gran reto para mí: Diseño de Moda. En mi país, la industria en la que que iba a emprender era muy escasa, así que decidí empacar mis maletas el mismo verano que me había graduado de mi colegio, el San José de Tarbes, y me mudé a Nueva York sola, con 17 años.

No sabía en lo que me estaba metiendo. Un año y medio después de incontables horas de estudio en la biblioteca pública y lágrimas derramadas en mi máquina de coser, pasé el TOEFLy construí mi portafolio que me dejó ingresar al Fashion Institute of Technology, en donde los cupos se pueden contar con los dedos.

El proceso de transición de haberme mudado me afectó no a los pocos días sino al año y medio en donde, ya nada era nuevo y nada se sentía temporal. Mi momento más duro al mudarme fue afrontar mi primera Navidad lejos de mi familia. En ese momento,  yo era mi única familia, admito que unas cuantas lágrimas fueron derramadas ese día, pues nunca antes me había sentido tan sola. A los pocos días, una de mis primeras amigas me invitó celebrar el año nuevo en Far Rockaway, y desde ese día apreció cada momento que comparto con otras personas.

Ya llevo cinco años viviendo en Nueva York, mis navidades son muy diferentes a mi primera experiencia. Trabajo voluntariamente en esa época para servir a personas más necesitadas. Sigo detestando que pongan las mismas canciones temáticas en las tiendas y nunca entenderé la obsesión por el Mac & Cheese el 25 de diciembre, pero definitivamente me siento como en familia con mis amigos y a veces por mucho que desee regresar a Venezuela, no me arrepiento de haberme mudado a tan temprana edad, pues me hizo madurar mucho más rápido¨.

Hablar con ellas me hizo darme cuenta que no estoy en este reto en el que me encuentro. No todo es tan horrible como parece, y probablemente este momento moldee lo que seré como persona el resto de mi vida, así que ¡Feliz Navidad!

Escrito por Daniela R. Castillo para QMode