Hay que sentir Eslovenia.
Mirando el paisaje desde el tren, dejó atrás las tierras en las que me crié para volver a mi querida Barcelona. Tierras que desde siglos y siglos fueron un cruce de culturas orientales mezcladas con el mundo occidental, tierras que marcaron la vida y personalidad de mucha gente. La mía incluida.
Yo misma soy un ejemplo de esta mezcla un poco rara: madre bosnia, padre esloveno de ascendencia alemana y a la vez parte de la minoría italiana de mi país. Debido a todo eso no siempre es fácil definirse con una identidad nacional concreta, porque te sientes un poco de todo y nada la vez, aunque sé exactamente algo: ¡Mi corazón gitano pertenece al mundo!
Regreso desde Eslovenia -ese país que para muchos siempre suena a unas tierras lejanas y para otros de fácil confusión con otros países del este de Europa- cuando en realidad es más cercano de lo que se puede llegar a imaginar: ¡Está nada más que a 2 horas en coche desde Venecia!
Cuando me preguntan cómo es Eslovenia, me encanta poder describirla como la otra Suiza, debido a su composición geográfica natural, pero con una pequeña diferencia respeto al país helvético: Eslovenia es besada por el mar Adriático. ¿No es romántico? Ese mar que me acompañó durante toda mi despreocupada infancia.
Es un país de formación política muy joven y que aún le queda por ser descubierto. Idóneo para poder pasar unas vacaciones tranquilas sumergidos entre el verde de la naturaleza, las montañas nevadas en invierno o las playas de roca con mar cristalino en verano.
Tras casi 10 años viviendo al extranjero, sigue habiendo un tramo del recorrido que me acelera el corazón cada vez que voy a casa: acercándome a Trieste estampo mi nariz en la ventanilla para poderme sumergir a las vistas sobre el mar y saber que en nada estaré rodeada de amor.
Necesito redescubrir mis raíces: volver a conectar con mi familia, con los amig@s de toda la vida y con los lugares en que me crié.
Nada más dejar Trieste, ciudad fronteriza, con ambiente “mitteleuropeo” y cuna literaria para muchos escritores, nos empezamos a adentrar en pequeños pueblos cincelados por ruinas romanas, palacios venecianos y otros de reminiscencias austriacas, donde la cultura latina se fusiona perfectamente con la balcánica.
Por eso me gusta aventurarme en mi tierra como si fuese la primera vez, para poder volver a recargarme las pilas y seguir con las ganas de descubrir más lugares, porque el mundo es demasiado grande y la vida demasiado corta para dejarla escapar sin viajar!
¡Viajen lo máximo que puedan!