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Crónicas de la ansiedad

Nuestra colaboradora Daniela nos habla sobre su ansiedad y cómo superarla

Daniela tenía mucho tiempo que nos escribía para QMode. Hoy abrimos un espacio para que nos cuente un poco más sobre su lucha en contra de la ansiedad, tal vez su historia puede ser útil para alguien que pasa por lo mismo.

La ansiedad

Whfnrktlyhuji. Así se siente tener ansiedad y es tan difícil abordarlo, que este artículo merece ser empezado de esa forma. 

Hoy, después de muchos meses de silencio, estoy retomando una pasión que me hace muy feliz: escribir. También sé que quiero escribir porque me gusta ayudar personas. Así que esta es mi historia.

Hace dos años y medio, tuve que salir de mi casa en Venezuela en unas condiciones bastante difíciles. Estuve en varias ciudades como nómada hasta que me instalé en Ciudad de México, la ciudad que elegí para estudiar y refugiarme de la situación que pasaba en mi hogar. Desde entonces, empecé a luchar con un tema que no tenía idea pero me acompañaba desde siempre y que era la parte más fea de mí: la ansiedad.  

Una nueva cultura, una ruptura, la adultez, mi primer empleo, crecer rápidamente en mi ámbito laboral, la pérdida, las cuentas que pagar, la falta de sueño, el exceso de fiesta, el miedo al fracaso y la soledad detonaron en mí una enorme crisis de ansiedad, que ahora que lo pienso, me hizo abandonar y perder muchos espacios donde yo era muy feliz. Empecé a perseguir la felicidad, constantemente. La aprobación era mi mayor deleite y cualquier estímulo de terceros era para mí la mejor fuente de felicidad. Mi gran anhelo era sentirme segura en este cuerpo de una mujer de 24 años.

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Nadie nunca me había hablado de las situaciones que me iba a enfrentar en la adultez. Decidí renunciar a mi primer trabajo porque ya no me sentía cómoda. No me sentía cómoda, creía yo, porque todos los días, mientras caminaba a mi oficina, sentía una enorme angustia, una que no me dejaba pensar en el presente, sino que me hacía adelantarme muchísimo. Eso venía acompañado de intensas ganas de vomitar, sudoración excesiva, extremo irritamiento, malhumor, y constantes ganas de salir corriendo. 

Un día entendí que no podía seguir viviendo así y renuncié. Lo que no esperaba era que ese sentimiento de que un elefante se sentaba sobre mí no se iba, sino que empezaba a hacerse peor. Sin poder darle un título, tenía necesidad de sentirme extremadamente cuidada por mi entorno, por mi mamá, por mi novio, por mis mejores amigas, y todo lo que representaba salir de mi comodidad, de mi casa y estar lejos de mi perra, era simplemente algo que yo no podía concebir. 

Una noche de domingo, el efecto del elefante creció y creció y entendí que no podía más sola. Ese día, tomé la decisión de que buscaría un terapeuta y empezaría a hablar de mis sentimientos. Debía empezar a entenderme para poder reinventarme. Esa sensación que describo me pasaba todos los días, todo el día, y por las noches no me dejaba dormir. Así por meses.

En mi primera sesión con mi terapeuta, Luis, venezolano como yo, llegué tarde, sudada y sobretodo, muy angustiada. Cuando conté las causas que me hacían acudir a su terapia, Luis me mandó a que fuera a un psiquiatra para complementar mis sesiones semanales de psicoterapia. Su diagnóstico era que no solo tenía ansiedad, sino que tenía un síndrome combinado de depresión y que si no corríamos rápidamente a acudir a las medicinas, todo el proceso iba a ser mucho más lento y sobretodo, alargaría ese dolor profundo que tenía en mi cuerpo. 

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Salí del consultorio de Luis devastada. Sentía dolor en todo el cuerpo, debido al ataque de ansiedad que había tenido la noche anterior y sobretodo, los términos depresión y ansiedad me generaban una serie de angustias nunca antes conocidas por mí. Al llegar a mi casa, conseguí una muy buena psiquiatra, la doctora Clau y fui cuanto antes. Recuerdo ir lejísimos de mi departamento y casi no poder respirar en el Uber. Sentía literalmente desconectado todo mi cuerpo de mi cabeza, esta última iba a millón y mi cuerpo solo quería dormir. Al cabo de un par de horas, salí con una receta para empezar a tomar un ansiolítico y un antidepresivo. Además, mi doctora, también con el mismo síndrome que yo, me prometió que todo esto pasaría en un par de meses. 

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Debo hacer una pausa para admitir lo horrible que fue escuchar que necesitaba tomar unas pepas (pastillas)  para aguantar en mi cerebro la poca serotonina que podíamos producir. Fue muy doloroso. 

Cuando llegué y le conté a mi mamá, juntas lloramos. Habíamos dado el primer paso para combatir la horrible situación que estaba viviendo. Ahora venía la parte más difícil: hacer terapia para, a largo plazo, aprender a controlar mis ataques de ansiedad, partiendo de entender qué los causaba y segundo, empezar a tomar medicamentos diariamente para empezar a calmarme a corto plazo. 

Ahí entendí que tenía que tomarme la situación con soda. Ahora debía probar, por dos semanas, un antidepresivo a ver cómo me iba. Prozac fue el elegido. Me fue rotundamente mal. Empecé a tener alucinaciones, sentía que estaba todo el tiempo perseguida y literalmente salir de la cama me daba demasiado miedo. No podía bajarme. Ahí surgió la enorme necesidad de ser acompañada por mi mamá durante todo mi proceso y evidentemente, Marielba, a la semana estaba conmigo. Tal solo 5 días después de tomar esta pastilla del demonio, ya tenía una receta nueva, que me ayudaba mucho más. Empecé a dormir ocho horas diarias, algo que no hacía desde que tenía seguramente 15 años. 

Palabras más, palabras menos, nunca pensé que viviría momentos tan duros como los que describo en los párrafos anteriores. Hoy, cinco meses después de haber iniciado con mi tratamiento, literalmente siento que soy una persona distinta. He descubierto el impresionante valor que tiene poder simplemente decir que no quiero ir a un evento o fiesta, y lo mucho que valoro pasar tiempo conmigo misma, leyendo un libro, haciéndome mi rutina de skincare con una de mis mejores amigas, y apenas hoy, logré finalmente que la actividad que más me guste deje de ser un motivo de angustia. Hoy volví a escribir.

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