El pasado 28 de octubre, Lady Gaga volvió al Palau Sant Jordi de Barcelona y lo hizo como solo ella sabe: con un espectáculo que fusiona teatralidad, electrónica y emoción pura. Su Mayhem Ball Tour no es un concierto convencional, sino una experiencia visual y sonora que roza lo operístico.
Desde los primeros compases, el escenario se transformó en una catedral del exceso: luces rojas, estructuras góticas, fuego, humo y un vestuario que cambiaba al ritmo de cada beat. Gaga emergió de un telón que parecía un organismo vivo y, acompañada por un cuerpo de baile impecable, enlazó clásicos como “Bad Romance”, “Born This Way” y “Poker Face” con temas de su nuevo álbum Mayhem. El resultado fue un recorrido por toda su trayectoria, pero reinterpretado desde una estética más oscura y cinematográfica.
El público, miles de “Little Monsters” entregados, respondió con una energía que hizo vibrar el recinto. En uno de los momentos más íntimos de la noche, Gaga se acercó al extremo del escenario para interpretar una versión minimalista de “Shallow”, rodeada de luces LED y con el público coreando cada verso. Ese equilibrio entre grandilocuencia y cercanía definió el tono del espectáculo.
Más allá del despliegue visual, lo que impresionó fue la solidez vocal y emocional de Gaga. Su capacidad para pasar del susurro al rugido sin perder autenticidad sigue siendo su sello distintivo. En Barcelona, reafirmó su posición como una de las artistas más completas y visionarias del pop contemporáneo.
Con Mayhem Ball, Lady Gaga no solo ofreció un concierto, sino una declaración artística: la prueba de que, incluso después de dos décadas de carrera, sigue reinventando el espectáculo y convirtiendo cada noche en una celebración de identidad, exceso y libertad.




