En México, la noche del 1 de noviembre, los lugares más iluminados son los cementerios. Miles de velas se consumen en los altares que las familias levantan sobre las lápidas, en los panteones, junto a los nichos y las tumbas. Es el día de los Fieles Difuntos, el momento del año en el que los mexicanos invitan a sus muertos a volver a casa.
Fotos: La Latina Foto: @smiles.is.sad Maquillaje y peinado: @renamarinez Modelo: @sum.fish Producción: @evavigouroux
Un camino de pétalos de flores de cempasúchil amarillas guía a los difuntos hasta el mundo de los vivos. Allí, en los altares, entre fotos, cruces, papel picado e imágenes de la muerte, los esperan las ofrendas que han preparado sus seres queridos. Hay agua, pulque y atole, para saciar la sed tras el largo viaje. También hay pan de muerto (un pan dulce con semillas de anís), mole, calaveras de azúcar, tabaco y todo lo que les gustaba cuando estaban vivos. Algunas veces la familia come alrededor de la tumba, acompañando a los difuntos mientras se alimentan de la esencia de la comida.
A los niños, los muertos chiquitos, se los recibe la noche del 31 de octubre, la víspera de lo que en la tradición cristiana es día de Todos los Santos. En sus altares todo es pequeño. Las velas y las flores, blancas. Nunca falta una figurita del izcuintle, el perro que les ayudará a volver al Mictlán.
El ambiente huele a copal e incienso. Muchas mujeres se maquillan y visten como la Catrina, el esqueleto vestido con traje largo y brillante, y tocado con un enorme sombrero cubierto de flores. El caricaturista José Guadalupe Posada lo dibujó, hace más de cien años, como una crítica a los indígenas que querían esconder sus raíces.
Y es que el Día de Muertos es, probablemente, la expresión máxima del mestizaje que forma parte de la cultura mexicana. Su origen está en las costumbres de los pueblos nahuas que poblaban la región central de México, pero fue su fusión con el cristianismo impuesto por los españoles lo que dio forma a la tradición tal y como se vive hoy.
De este sincretismo nació la relación que los mexicanos tienen con la muerte. Ese día, a la muerte se le teme y se la invita. Se reza, pero también se baila. Los vivos aceptan la única cosa segura en la vida, como dijo Posada: “la muerte es democrática, ya que, a fin de cuentas, güera, morena, rica o pobre, toda la gente acaba siendo calavera”.